viernes, 24 de noviembre de 2006


NATALIA BENREY

Esa voz en mi cabeza, otra vez.
Me visten de blanco. Me dan medicamentos todo el tiempo. Parece que esa es la única forma para callar esa voz. A veces me dan pastillas, otras me dan jarabe. Últimamente me han inyectado en mi brazo izquierdo. Me duele. Pero se calla.
Muchas veces no distingo si esa voz es real o esta en mi cabeza. Solo se que no estoy loca.

Siento que soy un fantasma. No existo para nadie, nadie existe para mí. Vivo para ser martirizada por esa maldita voz y para ser torturada por cientos de medicamentos.
Hay una mujer nueva. Cree ver a su hija muerta.
Y entonces, otra vez, esa voz..
Ahora empezaron con mi brazo derecho.

Su nombre es Piedad. Veo tanta tristeza en sus ojos. Tiene una mirada perdida y azul. Me recuerda a mi mamá.
Cuanto quisiera ayudarla, pero me da risa.

A veces, cuando la observo detenidamente, veo como juega a las escondidas traviesamente y canta canciones infantiles. Tampoco creo que este loca. Yo no veo a su hija, pero se que esta con ella todo el tiempo.
Ella, se arrodilla en el piso y con la imagen de su hija en su cabeza, abraza al aire con tanto amor que no puede evitar llorar al recordar que su pequeña ha muerto.

Yo, me burlo en silencio. Me doy un puño en la cabeza para que se calle la voz de nuevo y me deje escuchar el dolor de Piedad.

El martes de la semana pasada (Lo recuerdo porque todos los días anoto la fecha desde que llegue. Uno de los propósitos aquí, es arrebatarnos el tiempo) Me encontraba sentada en el parque disfrutando del atardecer y del silencio en mi cabeza.
Piedad se sentó a mi lado. Me sonrió mientras se secaba las lágrimas y se arreglaba el cabello. No hablamos. Me ofreció un cigarrillo.
Nos fumamos una cajetilla sin pronunciar palabra alguna.
De pronto, y como si hubiera tenido algún tipo de premonición, me agarro la mano fuertemente y de un salto me paro del suelo. Parecía entusiasmada. Empezó a correr hacia la azotea del edificio como si algo la estuviera esperando. Sonreía y en su rostro había una expresión de agradecimiento infinito. No conmigo, con alguien que desconocía pero que le había iluminado un camino.

Al llegar por fin al techo, me soltó la mano y me hizo un gesto de “encontré lo que estaba buscando”.
Yo estaba llena de curiosidad y completamente feliz porque no había escuchado la voz desde más de una hora.
Piedad, se sentó en el borde tambaleando, cerro los ojos y una sonrisa gigantesca invadió su rostro. Suavemente se quitò la bata blanca. Quedò desnuda, yo…estaba fascinada.

Volteò su mirada de nuevo hacia mí, se había formado entre nosotras un mágico lenguaje de entendimiento y comprensión sin utilizar palabra alguna. Por primera vez sentimos paz en ese lugar.

Nunca lo supe, nunca me lo dijo, solo me miraba con sus inundados ojos, tal vez pidiendo en secreto compasión desesperada, o tal vez alguien que tomara su mano, pero no lo hice a tiempo, no lo vi ni entendí a tiempo y ahora es cuando comprendo todo.
Vaya hora de darme cuenta de lo que pasaba por la mente de aquella pobre infeliz mujer, cada gesto lo decía porque jamás emitió palabra alguna.
Solo se sentó en la superficie del viejo edificio, con una seguridad infinita; disfruto de los golpes del viento entre sus senos y se abrazo a si misma.
De pronto sonrió; alzo sus brazos al cielo…y salto.

De nuevo, esa maldita voz.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

quede algo perdida en uno que otro fagmento, pero esta muy bueno.

Anónimo dijo...

Me gusta ese juego de frases cortas al principio, se hila muy bien, me gusta bastante y la verdad es lo unico rescatable junto con lo de el man de gafas.

Anónimo dijo...

no opinó lo mismo del anterior comentario, creo que todos son rescatables y lo bastante buenos como para que esten publicados.

Anónimo dijo...

Me gusta mucho, creo que ves el mundo de una manera única. Me encanta como entrelazas las frases y como haces que el mismo lector cree el cuento. Realmente Bueno.

Anónimo dijo...

MI BLOG: www.mandarinasmojadas.blogspot.com